“Has fijado los
poderes de las cuatro esquinas de la tierra para que se crucen. Me has hecho
cruzar el buen camino y el camino de las dificultades, y en el lugar que se
cruzan, este lugar es santo.” –
Black Elk
Mi primera
experiencia en el mundo de la discapacidad fue la llegada de mi hermana
Mariana. Yo tenía catorce años y mamá en su quinto embarazo me nombró la
madrina. ¡Estaba emocionada! Creo que al estar orgánicamente preparada para
procrear a las edad de doce años, esta muy bueno ser una mentora y estar a
cargo de una menor. La tendencia de postergar la maternidad hasta pasados los
treinta años nos deja demasiado tiempo para focalizarnos en nosotros mismos
entonces desarrollamos miedo y aversión a dedicarle la vida a otros.
Me sentí escogida y
asumí mi responsabilidad con orgullo. Quise estar al lado de mi madre y pedí
permiso para asistir al parto. No sabía lo que iba a suceder y como ese día iba
a marcar nuestras vidas. El bebé llegaría en febrero y nosotros pasamos las
vacaciones en Punta del Este, un destino espectacular en Uruguay.
Los días son largos
y el sol es abrasador. Hay muchas playas para elegir según las olas y el tipo
de arena, pero nosotros elegimos sobretodo las playas donde podemos
encontrarnos con nuestros amigos. Las Rocas, en la Brava, la playa de surfistas
del Atlántico, fue la elección preferida de nuestro verano. Por lo general nos
encontrábamos en la playa y caminábamos hasta encontrar al resto de nuestros
amigos. Entre las chicas, tomábamos sol con un ojo cerrado y espiando con el
otro a los chicos mientras que jugaban una tocata, rugby de playa.
Una noche en una
fiesta conocí a José. Mi amiga, Luli Miguens, nos invitó a una fiesta en el
salón de su departamento. El edificio Lafayette está ubicado en el extremo de
la península, la playa a su costado es rocosa con grandes olas oceánicas. Unas
pocas cuadras al este del edificio se puede encontrar el Faro, con la iglesia
de la Candelaria al costado y el punto final de Punta del Este con el club
náutico y el puerto.
La razón de varones
en la fiesta era de tres por cada chica, ¡una gran fiesta para nosotras! Ya
había bailado con tres chicos distintos cuando decidí visitar la toilette. De
regreso a la fiesta le dije a mi amiga Lana, que caminaba a mi lado: “te
apuesto que nos sacan a bailar antes de entrar al salón.” Estaba oscuro así que
yo iba mirando hacia abajo tratando de adivinar los escalones que conducían a
la entrada. En ese preciso momento escuché una voz que me decía: “¿Querés
bailar?” Levanté la vista para ver a
José que estaba parado en la oscuridad, casi largo la carcajada en su cara… Él
se estaba por ir porque el lugar estaba abarrotado y no había tenido suerte
hasta el momento. Esta era su última oportunidad.
En medio de la
fiesta, las luces se apagaron, un apagón total. José se quedó parado a mi lado
y su presencia me confortó, me sentí protegida y segura en plena oscuridad.
Salimos afuera y conversamos un rato hasta que nos fuimos.
Dos días más tarde,
en la próxima fiesta, llegamos tarde, mi hermana se tomó mucho tiempo para
prepararse, pero el ritmo general de la casa era relajado, estábamos
disfrutando de las vacaciones. Cuando nos apeamos del auto y nos acercamos a la
casa donde se realizaba la fiesta, en el portón, me encontré con José otra vez,
parecía que me estaba esperando. En vez de entrar a la pista de baile nos
quedamos afuera, sentados en una piedra laja que balconea sobre el jardín con
sus palmeras. El resplandor plateado de la luna dejaba todo bañado de prodigio.
Hablamos de todo un
poco y llegamos a abordar nuestros dolores y esperanzas. Nos dimos cuenta que
los dos teníamos un grupo de formación en Schoenstatt y pertenecíamos al mismo
club de tenis. Después de coleccionar unas cuantas coincidencias en nuestras
vidas, José me contó que había perdido a su padre en un accidente el verano
pasado y yo le conté que iba a ser madrina pronto. Sin darnos cuenta nos
pasamos todo el tiempo conociéndonos y descubriendo que éramos muy compatibles.
José me invitó a bailar, ya que la fiesta se estaba terminando y a esa hora la
música era lenta. Me agarró de la cintura y yo me sostuve de sus hombros y una
corriente magnética muy fuerte empezó a manar entre nosotros. La atracción
física fue tan fuerte que me agarré fuerte a él percibiendo el perfume de su
cuello, comprobando que todo me gustaba. Recuerdo que seguí un impulso y me
dije: “¡Este es el indicado! No lo voy a dejar ir. Es amable y buen mozo y
realmente quiero escribir mi historia con él.”
Sentí que podía
curarlo de sus penas y descubrí que yo tenía mucha ternura y que él se la
merecía. Me gustaba que fuese tan buen estudiante y deportista, un jugador de
rugby fuerte, con muchas habilidades. Era tan buen mozo! Bien parecido y
agradable al mismo tiempo. Tiene una sonrisa permanente y manos grandes y
pesadas. Diestro de físico y de corazón sensible.
Ay, ¡Dios mío! has
sido tan bueno conmigo. Me hiciste encontrar una fuente de amor que le da
sentido a todo mí ser desde tan temprano y lo has mantenido abundante por
treinta y tres años ya. Esta corriente magnética sigue fluyendo y nos hace
sentir por siempre jóvenes, como la primera vez. Bendito seas Dios de amor por
hacer el amor humano tan fuerte y perseverante y por revelarte tan plenamente
en nuestro matrimonio.
Cuando la música
terminó José me aconsejó que tenga cuidado, que si abrazo a un chico así de
apretado, se puede aprovechar de mí. Me estaba cuidando, controlando mi
impulso. Estábamos encontrando la manera que íbamos a funcionar por el resto de
nuestras vidas. Yo empujando para adelante y él manteniéndonos en el carril y
seguros.
Pasamos este verano
juntos en Punta del Este encontrándonos en la playa y saliendo juntos a todas
las fiestas de las que nos enteramos, en ese mes yo recuerdo cuatro fiestas, no
las 29 por mes que otros alegan.
Cuando volvimos a
Buenos Aires, inventamos excusas para juntarnos y seguir saliendo.
Febrero se terminaba
y estábamos preparándonos para el principio del año escolar, disfrutando los
últimos días de vacaciones, repartiendo la residencia entre la ciudad y nuestra
casa en las afueras, La Quinta de Pilar.
El 28 de febrero mi
madre tenía una visita al ginecólogo que
terminó en la sala de parto y nació Mariana.
Yo estaba en La
Quinta, mi padre vino a buscarnos para llevarnos al hospital a conocer a
nuestra hermana. ¡Estábamos muy excitadas! Pero algo no encajaba del todo. Mi
padre se metió en el dormitorio de mis abuelos y cerró la puerta detrás de él.
Una nube negra de duda y de desconcierto oscureció el momento. Papá estuvo
callado en el viaje de vuelta y tenía un reflejo rojo por debajo de los ojos.
El viaje se demora
cuarenta y cinco minutos y no es de extrañar que cada unos se guarde para sus
adentros. Hay algo en la monotonía del camino y el ronroneo del motor, pero más
que nada es una característica de mi familia. Mi padre por lo general estaba
concentrado en su mundo de negocios y en todos sus emprendimientos. Era un
empresario exitoso un gran logro y la realización de su ambición y su empeño.
Había realizado una carrera meteórica en el banco Roberts y llegó a dirigir el
banco y todo el conglomerado haciendo fusiones y adquisiciones y liderando todo
el mercado financiero por su gran liderazgo y su responsabilidad tan confiable.
Con mis hermanas los admiramos y disfrutábamos de los frutos de su gran
esfuerzo.
Era un gran
proveedor y nuestras vidas no tenían necesidades insatisfechas. Vivíamos en
departamentos lindos y aún mejores, cada vez que ascendía y crecía en su
responsabilidad laboral y su ingreso nos mudamos, siempre a un lugar mejor con
mayores comodidades. Asistíamos a un colegio privado selecto y viajamos todas
las vacaciones, esquiando en invierno y asoleándonos en la playa cada verano.
En cada escenario
siempre hay un punto de equilibrio, en nuestro caso, mi padre tenía una gran
motivación comercial y liderazgo empresarial y su concentración le consumía
toda su capacidad pensante y su foco de atención. Cuando compartimos el viaje
con él sentíamos que casi no existían temas de nuestra vida cotidiana para
discutir con él. Sentíamos que estaba lejos resolviendo los problemas de miles
de familias que dependían de su toma de decisiones. Nuestras relaciones
amorosas, nuestros dilemas en el colegio o con amigos no eran cosas que
capturaron su atención. Su alegato de defensa es: “Yo era el director de la
familia y mamá la gerente general, ella tomaba la operación diaria de la
familia y me consultaba en las decisiones más importantes.” Papá era el consejo
que regulaba desde arriba. Creo que la madre es la que se encarga en la familia
de repartir los roles y administrar las relaciones interpersonales, los lazos y
espacios requeridos. Mi madre tiene la característica del signo de piscis que
tiende a poner al marido en un pedestal. Para nosotras, papá estaba, a veces,
muy alto y difícil de acceder.
Cuando llegamos al
hospital mamá estaba rodeada por sus padres y tenía a Mariana en sus brazos.
Mariana era una regordeta rubioca. Nos cautivó el aroma de piel reluciente, a
estrenar y la calidez de bebé.
Después de una ronda
de sostener a la bebita en los brazos: Estelita, Lía (yo), Inés y Caro, mamá
pidió a todos que nos dejaran solas. Quería hablarnos en privado. Mis abuelos
se retiraron llevando a mi padre. Nos quedamos con nuestra gerente general en
el momento decisivo de su vida. Ella percibía el desafío y estaba creciendo
para afrontarlo con valentía.
El obstetra en la
sala de parto se dio cuenta que había algo que no estaba bien con la beba. Era
un amigo de la familia, papá recuerda que habían jugado al tenis junto ese
verano. Se fue a la sala de neonatología y realizó una consulta con los otros
doctores. Papá se lo encontró en el ascensor del hospital y se dirigió a él con
estas palabras: “¡No me puede estar pasando esto a mí!” (Como si hubiese que
consolarlo a él) “la beba no es normal,
no es como un monstruo pero parece que es mongólica”
Mi tía Gloria, como
buena enfermera, había llegado primera a visitar. A mamá le estaban dando
calmantes porque durante el parto se había esforzado y le había quedado un
pinzamiento en la nuca. Mi padre le pidió que la excusase y la invitó a
conversar en la sala de espera. Cuando empezó a explicarle que había sospechas
de que la beba tenía una anormalidad se quebró y empezó a llorar desahogándose,
Gloria lloró con él. Era la primera vez que se encontraban con una discapacidad
en la familia. Lo que primero sintió papá fue asombro, se preguntaba que habría
hecho mal para recibir tremendo castigo. Todo esto había sucedido antes de
irnos a buscar a la quinta.
Mamá nos pidió que
nos acerquemos y que sostengamos a ella y a la beba. Dijo que tenía que
decirnos algo importante. Nos contó que los doctores estaban testeando a la
beba porque estaban preocupados, creían que Mariana estaba enferma. Decían que
tenía signos que no son normales en una beba y que el test iba a demorar unos
días. Mientras tanto nos pidió que mantuviésemos la esperanza y nos reafirmó
que aún si Mariana estaba enferma, si la amábamos y nos concentramos en hacerla
feliz ella iba a estar bien y todos íbamos a estar bien. Mamá nos dijo que papá
no estaba en condiciones de hablarnos porque se sentía sobrepasado por todo
esto. Nos propuso que tratemos de entenderlo y si nos mantenemos unidas íbamos
a fortalecernos y lo íbamos a ayudar a recuperarse del shock.
Había tensión en el
aire, podríamos haber cargado una dínamo llena de energía de la adrenalina que
corría por nuestros cuerpos invadiendo nuestros cerebros. La determinación de
mamá era firme y tozuda. Estaba tomando el buey por las astas y nunca lo iba
dejar escapar. Sentí que se hacía cargo y que crecía su fortaleza por segundo.
Se puso en la posición de un entrenador y congregó al equipo y nos motivó con
sus palabras para el desafío de nuestras vidas. Esa habitación blanca el 28 de
febrero de 1980 nos fijó la mente y el espíritu para aceptar la voluntad de
Dios y trabajar con él, con lo que él nos diese, para construir su Reino. Un
Reino donde todos tenemos un papel protagónico, todos pertenecemos y todos
tenemos derecho a ser amados y ser felices. Todos deberíamos ser bienvenidos al
mundo y se nos debería dar la oportunidad de demostrar que nuestra vida tiene
sentido y agrega valor a los demás calzando de manera adecuada. Y como nos
enseñan y nos dan valor los niños con Down Síndrome! Son maestros de ternura y
satisfacción. Una vez que ajustamos nuestras expectativas a lo que ellos pueden
alcanzar, nos sorprendemos constantemente de lo fácil que es sentirse pleno.
Como un buen
entrenador hace, nos marca el camino, nos pone en el humor adecuado, nos dan el
primer impulso para avanzar y nos pone la meta para alcanzar nuestros
objetivos. Para mí fue natural sostener a Mariana con firmeza y llevarla a
donde yo fuese. Ella es mi hermana, pertenece a mi familia y tiene los mismos
derechos que yo. Se la presenté a mis amigas y tomé esta responsabilidad con
entusiasmo y mucha esperanza. Sentí que era un gran desafío y me emocioné de
estar involucrada. Mi primer confidente fue José. Lo llamé y me senté con él
para compartir mis novedades. Fue un gran apoyo para mí y sentí que podía
contar con él, me respaldó desde el principio. José con sus manos generosas y
su sonrisa amplia, su naturaleza amable y sus hombros fuertes podría ayudar, yo
podía confiar en él, lo percibía dentro de mis huesos. Compartir esta
experiencia nos unió aún más. Siempre me dirijo a él buscando coraje y refugio
de todo lo que amenaza allá afuera en el mundo.
Mis amigas fueron
espectaculares desde el principio. Todas tomaron turnos para sostener a la beba
y la disfrutaban sin ningún perjuicio. Yo sentía que éramos parte de un
movimiento de cambio. Las personas con todo tipo de problemas y desafíos eran
invitadas a que saliesen de sus closets. La generación anterior era la que
estaba atada a las apariencias, que mantenía las buenas formas y sólo mostraba
al público lo que era aceptable, el deber ser. Pero había una deficiencia en
autenticidad. Había un rostro que mostrar pero también había una verdad
escondida que la vergüenza no permitía traer a la luz. Sólo se hacía lo que
otros admitían convencionalmente legal o esperado. ¡Hemos recorrido un gran
camino desde estos tiempos!
En las artes cosas
desagradables empezaron a mostrarse. Hubo una gran búsqueda de la verdad y la
autenticidad. El verdadero artista, el sensible, no puede ocultar lo que duele,
va a poner la luz en los rincones oscuros donde las familias esconden lo que no
les agrada. En el lado oscuro del closet, enterrado en lo hondo del sótano o
pudriéndose en el ático allá arriba. Lleva mucho coraje mostrar la cara
verdadera, nuestras debilidades, desembalar nuestros sentimientos y reconocer
nuestra necesidad de aceptación. Todos queremos ser partes del grupo, queremos
pertenecer y calzar justo. Buscamos que nos reconozcan y terminamos tratando de
que nos admiren en vez de que nos amen. En nuestro esfuerzo por pertenecer
hacemos alharaca de nuestras habilidades, las fortalezas, nuestras buenas
obras, como el pavo real, y tendemos a: “¡esconder nuestros defectos hasta
después de la boda!” como decía la madrastra a sus hijas en el cuento de
Cenicienta.
Estos pequeños no
tienen ninguna oportunidad, no pueden ocultar que son distintos. Son más bajos
de estatura, su cuello es más ancho y su cabeza está achatada por detrás. Podés
reconocer el síndrome de Down incluso de espaldas. Son regordetes y sus orejas
se despegan como los monos. Sus ojos son rasgados de una manera diferente a los
asiáticos, te podés dar cuenta cuando un chino tiene Down. Su tonicidad
muscular es pobre y su lengua se descuelga sin vergüenza de la boca. Solo piden
que los amen y ellos aman de vuelta a lo loco. Piden a los gritos, ámame sin
miramientos, ámame a pesar de mis defectos.
Esta es la verdadera
manera de encajar en el puzle, mostrando tal cual lo que uno es, no
pavoneándose para impresionar. El que busca admiración tiende a quedarse sólo,
si tenés de todo, no necesitás nada. El que muestra sus debilidades puede ser
completado por el otro y encaja bien en su lugar. Debemos aprender de los
chicos con síndrome de Down a que nos amen a pesar de nuestros defectos en vez
de buscar que nos admiren solo por nuestras bondades.
Los exámenes del
laboratorio llevaron medio mes. Los médicos genetistas se sentaron con mis
padres para confirmarles que Mariana tenía un caso especial de anomalía. La triso
mía 21 podía generarse como un accidente en la primer mutación o más adelante.
En el caso de Mariana, había sucedido más adelante, por eso se llama mosaico
(por mucho tiempo dudé si no era azulejo). Esto significa que parte de su
organismo es normal y no está afectado. Este diagnóstico nos llenó de esperanza
de un panorama más prometedor. Ella no tenía problemas cardíacos, que son
frecuentes con el síndrome de Down y había posibilidad de que tuviese un
coeficiente más elevado. Por esta razón probablemente el diagnóstico clínico
había sido tan dudoso desde el principio.
Mis padres
investigaron por todos lados para informarse. Viajaron a USA y España buscando
información. Les llevó unos meses darse cuenta que la discapacidad no era un
castigo sino una bendición que le iba a dar a toda la familia la posibilidad de
crecer en humanidad. Nos dimos cuenta que la felicidad para Mariana tenía otros
estándares que para el resto, era más fácil de alcanzar. Verla alcanzar sus
objetivos con todo el esfuerzo que requería y todo el apoyo que recibía de los
demás daba gran satisfacción. Hizo que todos nos involucremos en el proceso. Mi
hermana Inés se conmovió tanto que terminó estudiando Terapia Física.
Desarrolló la capacidad de ayudar a otros niños con necesidades especiales.
Como hermanas de una niña discapacitada aprendimos a relacionarnos con la
realidad de este desafío y desarrollamos una estrategia para lidiar con ello.
Perdimos el miedo y pudimos enseñar a otros, ensanchándose y alisándose el
camino a otras familias. Descubrimos cómo hacerlo y compartimos nuestro
conocimiento generosamente sabiendo que hay una gran necesidad allá afuera y
nuestra ayuda es muy valorada.
La decisión de la
profesión de Inés estuvo totalmente influenciada por el nacimiento de Mariana.
Ella tenía un importante llamado a curar, que se podía traducir en medicina,
instrumentista, enfermera, pero gracias al nacimiento de Mariana y por haber participado activamente en su
rehabilitación la inclinaron a hacer esto. Acompañar a estas pequeñas personas
y a sus familias, mejorar sus condiciones de vida y aliviarles el paso por la
vida. Tenía la gran ventaja de poder ver desde el otro lado del mostrador.
Sabía lo que significaba vivir en la casa con un discapacitado. Se especializó
en parálisis cerebral. Le interesaba como se bañaba a un bebé con necesidades
especiales, como cargarlos, ella podía trabajar con los doctores y los
profesores.
Inés les ofrecía a
las madres sentarse en la colchoneta a su lado la mayor cantidad de veces
posible para darse cuenta qué era lo que les entorpece el manejo y cómo
desarrollar juntas una solución o una estrategia. No quiso ser la terapista que
imponía los ejercicios como si fuese en un gimnasio pero vio la posibilidad de
ayudar en el manejo diario del niño y bailaba junto a la madre y el paciente
para superar los obstáculos.
Inés estaba tan
movilizada por la discapacidad de Mariana que estaba lista para protegerla de
la mirada frívola de este mundo.
Pero al mismo tiempo
le daba vergüenza que Mariana sacase la lengua en frente de sus amigas. Sufría
y se sentía culpable de avergonzarse porque era, al fin y al cabo, su querida
hermana.
Inés se preguntaba
constantemente con rebeldía: “¿Quién dice que Mariana no es normal? ¿Quién
tiene el parámetro de normal? ¿Porque ella es diferente y nosotras no lo somos?
¿No somos nosotros anormales? ¡Tantas veces discriminamos y nos sentimos
superiores! Mariana siempre como un ángel y nosotros ¡como bestias! ¿Quién es
normal acá, quién es más humana?” Se preguntaba y se revelaba.
Si alguien la
criticaba o la empujaba, Inés saltaba, como un león a la defensa. Mientras que
en la diaria la empujamos para que se apure, porque el mundo se maneja en este
ritmo ridículamente apurado. Ellos son tanto más sabios caminando cabizbajos a
su ritmo pausado, de manera pacífica y acompasada.
Sumergidos en el
mundo de la discapacidad uno valora la vida desde otra perspectiva. Podemos
disfrutar cada logro por más pequeño que sea de nuestros niños y pacientes con
gran regocijo. Es difícil entender que las personas se enredan en problemas que
son de tan poca importancia y queden enterrados en frivolidades en vez de estar
agradecidos por todo lo que pueden disfrutar comparado con las tragedias que
abundan.
La discapacidad te
hace compañero del que sufre, nos cobija en el dolor y nos empareja en el
peregrinar diario.
Inés experimentó
como el curar y sanar a otros la dejaba complacida y satisfecha. Se sintió
útil. Por lo general antes de atender a un paciente se encomendaba al Señor, y
le rogaba que use sus manos para aliviar el dolor y sanar el alma. Soñaba que
algún día por gracia divina iba a poder con sus manos aliviar la espasticidad y
liberar al niño que sufría del dolor.
El dolor te
transforma y te hace crecer, te ayuda a entender a la otra persona, te lleva a
sentir profundamente y te invita a adoptar a la otra persona como hermano en el
sufrimiento. Ella cree con firmeza que estamos llamados a usar nuestras manos
para ayudar y tratar de hacer más liviano el yugo del camino. Inés cree que
Dios nos envía estas “oportunidades” para crecer en nuestro corazón en
humildad, para reconocer que no podemos hacer todo solo. Necesitamos de la
ayuda de Dios y del apoyo de nuestros hermanos y hermanas. De esta manera nos
muestra cómo acompañar, como regocijarnos con las cosas más sencillas de la
vida: el niño aprendió a comer solo, empezó a dar sus primeros pasos, puede
seguir un objeto y sonreír. Bajando nuestras expectativas aumentamos la
posibilidad de satisfacción. La vida se torna gloriosa porque dónde había dolor
ahora hay gran alegría por los avances. La discapacidad y lo que nos causa
sufrimiento y dolor, van de la mano con la apreciación de la vida, la hace más
sencilla y re descubre el valor del amor y el cariño que nos rodea.
Había en casa un
tema con la lengua de Mariana, como menciona Inés, no se ve agradable tener la
lengua colgando de la boca. Siempre hay un aspecto de la discapacidad que nos
desagrada más. Es más difícil aceptar y darle la bienvenida. Donde ponemos
nuestro foco y nos peleamos con rebeldía.
Mi abuelo, Lelo,
escondía su rechazo jugando con ella, la imitaba tal vez con la ilusión de que
aprenda a guardar su lengua. Mamá descubrió su estrategia y lo desenmascaró. En
su lugar le mostró cómo ejercitar la musculatura alrededor de la boca para
fortalecerla.
Mariana empezó su
estimulación muy temprano, tendría dos o tres meses, no mucho más que eso. Mamá
trajo a casa la guía de ejercicios que le sugerían. Entre todos la hicimos
trabajar a Mariana tan duro que después tuvimos que hacer un plan correctivo
porque estaba sobre estimulada. Cuando veo ahora padres y familiares que sobre
reacciona me pregunto si esto no es parte del proceso de aceptación, tratar con
tanta insistencia de alcanzar a los otros es, de alguna manera, decir que no lo
quiero ver retrasado. Pero hay una fina línea para observar.
¿Cómo se puede
ejercitar el amor incondicional y empujar la estimulación al mismo tiempo? Si
tu amor es realmente incondicional, debería haber un proceso de aceptación,
algo que dice: “está bien ser más lento y tomarse un tiempo extra para alcanzar
tus objetivos.” Si el proceso de aceptación es real, debería existir una manera
relajada de estimular, sin tanta ansiedad. Abrazar la voluntad de Dios es
confirmar que El ha hecho todo bien. Cuando Dios eligió atar al mundo a las
leyes de la naturaleza y dejar el orden abierto a la libertad del hombre, lo
dejó proclive a la catástrofe. La naturaleza se ajusta por distintas variables
y para alcanzar el equilibrio nos expone periódicamente a tormentas. Los humanos,
frecuentemente tomamos malas decisiones. Todo el sufrimiento que esta falta de
balance provoca nos hace crecer en fortaleza. Nos da la oportunidad de abrazar
la voluntad de Dios y aceptar sus designios, oportunidad para abandonarnos con
confianza. Una confianza que dice: “yo sé que sos sabio y poderoso y todo lo
que permitas es bueno para mí. Yo sé que estás a mi lado y nada va a ser malo
en tu compañía.”
Muchas veces me han
mencionado que debemos ser una familia especial porque Dios nos ha confiado una
niña especial. Yo creo que es al revés. Creo que la vida es surtida. En el
juego de la vida, a veces nos exponemos a desafíos. En este tiempo fuerte
cuando nos tenemos que probar a nosotros mismos, Dios se acerca y se para a
nuestro lado. Siempre procede como un padre amoroso, nos fortalece y nos ayuda a saltar los obstáculos. El
sufrimiento es el proceso que lleva a que todo lo demás se disuelva de nuestra
consideración y solo la persona que sufre o esa situación concentra toda
nuestra atención. En este momento difícil e intenso aprendemos a ajustar lo que
está fuera de equilibrio en nuestra vida, poniendo todo en perspectiva,
ordenamos nuestros valores y redescubrimos lo que es realmente importante.
El papa Francisco
nos invita a acercarnos al pobre y tocarlo, porque es en este punto de
encuentro que nuestro corazón se ensancha para recibir al otro. Ir al encuentro
del más necesitado como Jesús hizo, mirándolo y tocándolo para realizar la
transformación. Si no lo tocamos, no llegamos al encuentro. No nos involucramos.
Tenemos que construir la cultura del encuentro.
Por todo esto creo
que todos somos humanos y limitados. En el camino de nuestra vida, gracias a la
experiencia de saltar sobre los obstáculos que se nos presentan, crecemos en
fortaleza, igual que en cualquier entrenamiento.
Tenemos en cada
oportunidad la posibilidad de abrazar el desafío y confrontarlo o de dar media
vuelta y seguir por otro camino. Cada vez que esquivamos el obstáculo dejamos
que crezcan nuestros temores y que ganen la batalla. Permanecemos temerosos,
subdesarrollados. Dios quiere que tengamos confianza en él, el Todopoderoso. ÉL
nos creó, tiene el poder de terminar su obra en nosotros. Si nos apoyamos en
Él, él proveerá lo necesario para que hagamos el bien y nos realicemos plenamente.
Cuando se cruza
nuestro camino con el camino de las dificultades descubrimos nuestras
limitaciones, si le permitimos a Dios que nos acompañe, ese lugar se consagra.