lunes, 6 de enero de 2014

CAPTITULO 1



“Has fijado los poderes de las cuatro esquinas de la tierra para que se crucen. Me has hecho cruzar el buen camino y el camino de las dificultades, y en el lugar que se cruzan, este lugar es santo.” –
Black Elk

Mi primera experiencia en el mundo de la discapacidad fue la llegada de mi hermana Mariana. Yo tenía catorce años y mamá en su quinto embarazo me nombró la madrina. ¡Estaba emocionada! Creo que al estar orgánicamente preparada para procrear a las edad de doce años, esta muy bueno ser una mentora y estar a cargo de una menor. La tendencia de postergar la maternidad hasta pasados los treinta años nos deja demasiado tiempo para focalizarnos en nosotros mismos entonces desarrollamos miedo y aversión a dedicarle la vida a otros.
Me sentí escogida y asumí mi responsabilidad con orgullo. Quise estar al lado de mi madre y pedí permiso para asistir al parto. No sabía lo que iba a suceder y como ese día iba a marcar nuestras vidas. El bebé llegaría en febrero y nosotros pasamos las vacaciones en Punta del Este, un destino espectacular en Uruguay.
Los días son largos y el sol es abrasador. Hay muchas playas para elegir según las olas y el tipo de arena, pero nosotros elegimos sobretodo las playas donde podemos encontrarnos con nuestros amigos. Las Rocas, en la Brava, la playa de surfistas del Atlántico, fue la elección preferida de nuestro verano. Por lo general nos encontrábamos en la playa y caminábamos hasta encontrar al resto de nuestros amigos. Entre las chicas, tomábamos sol con un ojo cerrado y espiando con el otro a los chicos mientras que jugaban una tocata, rugby de playa.
Una noche en una fiesta conocí a José. Mi amiga, Luli Miguens, nos invitó a una fiesta en el salón de su departamento. El edificio Lafayette está ubicado en el extremo de la península, la playa a su costado es rocosa con grandes olas oceánicas. Unas pocas cuadras al este del edificio se puede encontrar el Faro, con la iglesia de la Candelaria al costado y el punto final de Punta del Este con el club náutico y el puerto.
La razón de varones en la fiesta era de tres por cada chica, ¡una gran fiesta para nosotras! Ya había bailado con tres chicos distintos cuando decidí visitar la toilette. De regreso a la fiesta le dije a mi amiga Lana, que caminaba a mi lado: “te apuesto que nos sacan a bailar antes de entrar al salón.” Estaba oscuro así que yo iba mirando hacia abajo tratando de adivinar los escalones que conducían a la entrada. En ese preciso momento escuché una voz que me decía: “¿Querés bailar?”  Levanté la vista para ver a José que estaba parado en la oscuridad, casi largo la carcajada en su cara… Él se estaba por ir porque el lugar estaba abarrotado y no había tenido suerte hasta el momento. Esta era su última oportunidad.
En medio de la fiesta, las luces se apagaron, un apagón total. José se quedó parado a mi lado y su presencia me confortó, me sentí protegida y segura en plena oscuridad. Salimos afuera y conversamos un rato hasta que nos fuimos.
Dos días más tarde, en la próxima fiesta, llegamos tarde, mi hermana se tomó mucho tiempo para prepararse, pero el ritmo general de la casa era relajado, estábamos disfrutando de las vacaciones. Cuando nos apeamos del auto y nos acercamos a la casa donde se realizaba la fiesta, en el portón, me encontré con José otra vez, parecía que me estaba esperando. En vez de entrar a la pista de baile nos quedamos afuera, sentados en una piedra laja que balconea sobre el jardín con sus palmeras. El resplandor plateado de la luna dejaba todo bañado de prodigio.
Hablamos de todo un poco y llegamos a abordar nuestros dolores y esperanzas. Nos dimos cuenta que los dos teníamos un grupo de formación en Schoenstatt y pertenecíamos al mismo club de tenis. Después de coleccionar unas cuantas coincidencias en nuestras vidas, José me contó que había perdido a su padre en un accidente el verano pasado y yo le conté que iba a ser madrina pronto. Sin darnos cuenta nos pasamos todo el tiempo conociéndonos y descubriendo que éramos muy compatibles. José me invitó a bailar, ya que la fiesta se estaba terminando y a esa hora la música era lenta. Me agarró de la cintura y yo me sostuve de sus hombros y una corriente magnética muy fuerte empezó a manar entre nosotros. La atracción física fue tan fuerte que me agarré fuerte a él percibiendo el perfume de su cuello, comprobando que todo me gustaba. Recuerdo que seguí un impulso y me dije: “¡Este es el indicado! No lo voy a dejar ir. Es amable y buen mozo y realmente quiero escribir mi historia con él.”
Sentí que podía curarlo de sus penas y descubrí que yo tenía mucha ternura y que él se la merecía. Me gustaba que fuese tan buen estudiante y deportista, un jugador de rugby fuerte, con muchas habilidades. Era tan buen mozo! Bien parecido y agradable al mismo tiempo. Tiene una sonrisa permanente y manos grandes y pesadas. Diestro de físico y de corazón sensible.
Ay, ¡Dios mío! has sido tan bueno conmigo. Me hiciste encontrar una fuente de amor que le da sentido a todo mí ser desde tan temprano y lo has mantenido abundante por treinta y tres años ya. Esta corriente magnética sigue fluyendo y nos hace sentir por siempre jóvenes, como la primera vez. Bendito seas Dios de amor por hacer el amor humano tan fuerte y perseverante y por revelarte tan plenamente en nuestro matrimonio.
Cuando la música terminó José me aconsejó que tenga cuidado, que si abrazo a un chico así de apretado, se puede aprovechar de mí. Me estaba cuidando, controlando mi impulso. Estábamos encontrando la manera que íbamos a funcionar por el resto de nuestras vidas. Yo empujando para adelante y él manteniéndonos en el carril y seguros.
Pasamos este verano juntos en Punta del Este encontrándonos en la playa y saliendo juntos a todas las fiestas de las que nos enteramos, en ese mes yo recuerdo cuatro fiestas, no las 29 por mes que otros alegan.
Cuando volvimos a Buenos Aires, inventamos excusas para juntarnos y seguir saliendo.
Febrero se terminaba y estábamos preparándonos para el principio del año escolar, disfrutando los últimos días de vacaciones, repartiendo la residencia entre la ciudad y nuestra casa en las afueras, La Quinta de Pilar.
El 28 de febrero mi madre tenía una visita al ginecólogo que  terminó en la sala de parto y nació Mariana.
Yo estaba en La Quinta, mi padre vino a buscarnos para llevarnos al hospital a conocer a nuestra hermana. ¡Estábamos muy excitadas! Pero algo no encajaba del todo. Mi padre se metió en el dormitorio de mis abuelos y cerró la puerta detrás de él. Una nube negra de duda y de desconcierto oscureció el momento. Papá estuvo callado en el viaje de vuelta y tenía un reflejo rojo por debajo de los ojos.
El viaje se demora cuarenta y cinco minutos y no es de extrañar que cada unos se guarde para sus adentros. Hay algo en la monotonía del camino y el ronroneo del motor, pero más que nada es una característica de mi familia. Mi padre por lo general estaba concentrado en su mundo de negocios y en todos sus emprendimientos. Era un empresario exitoso un gran logro y la realización de su ambición y su empeño. Había realizado una carrera meteórica en el banco Roberts y llegó a dirigir el banco y todo el conglomerado haciendo fusiones y adquisiciones y liderando todo el mercado financiero por su gran liderazgo y su responsabilidad tan confiable. Con mis hermanas los admiramos y disfrutábamos de los frutos de su gran esfuerzo.
Era un gran proveedor y nuestras vidas no tenían necesidades insatisfechas. Vivíamos en departamentos lindos y aún mejores, cada vez que ascendía y crecía en su responsabilidad laboral y su ingreso nos mudamos, siempre a un lugar mejor con mayores comodidades. Asistíamos a un colegio privado selecto y viajamos todas las vacaciones, esquiando en invierno y asoleándonos en la playa cada verano.
En cada escenario siempre hay un punto de equilibrio, en nuestro caso, mi padre tenía una gran motivación comercial y liderazgo empresarial y su concentración le consumía toda su capacidad pensante y su foco de atención. Cuando compartimos el viaje con él sentíamos que casi no existían temas de nuestra vida cotidiana para discutir con él. Sentíamos que estaba lejos resolviendo los problemas de miles de familias que dependían de su toma de decisiones. Nuestras relaciones amorosas, nuestros dilemas en el colegio o con amigos no eran cosas que capturaron su atención. Su alegato de defensa es: “Yo era el director de la familia y mamá la gerente general, ella tomaba la operación diaria de la familia y me consultaba en las decisiones más importantes.” Papá era el consejo que regulaba desde arriba. Creo que la madre es la que se encarga en la familia de repartir los roles y administrar las relaciones interpersonales, los lazos y espacios requeridos. Mi madre tiene la característica del signo de piscis que tiende a poner al marido en un pedestal. Para nosotras, papá estaba, a veces, muy alto y difícil de acceder.
Cuando llegamos al hospital mamá estaba rodeada por sus padres y tenía a Mariana en sus brazos. Mariana era una regordeta rubioca. Nos cautivó el aroma de piel reluciente, a estrenar y la calidez de bebé.
Después de una ronda de sostener a la bebita en los brazos: Estelita, Lía (yo), Inés y Caro, mamá pidió a todos que nos dejaran solas. Quería hablarnos en privado. Mis abuelos se retiraron llevando a mi padre. Nos quedamos con nuestra gerente general en el momento decisivo de su vida. Ella percibía el desafío y estaba creciendo para afrontarlo con valentía.
El obstetra en la sala de parto se dio cuenta que había algo que no estaba bien con la beba. Era un amigo de la familia, papá recuerda que habían jugado al tenis junto ese verano. Se fue a la sala de neonatología y realizó una consulta con los otros doctores. Papá se lo encontró en el ascensor del hospital y se dirigió a él con estas palabras: “¡No me puede estar pasando esto a mí!” (Como si hubiese que consolarlo a él) “la beba no es normal, no es como un monstruo pero parece que es mongólica
Mi tía Gloria, como buena enfermera, había llegado primera a visitar. A mamá le estaban dando calmantes porque durante el parto se había esforzado y le había quedado un pinzamiento en la nuca. Mi padre le pidió que la excusase y la invitó a conversar en la sala de espera. Cuando empezó a explicarle que había sospechas de que la beba tenía una anormalidad se quebró y empezó a llorar desahogándose, Gloria lloró con él. Era la primera vez que se encontraban con una discapacidad en la familia. Lo que primero sintió papá fue asombro, se preguntaba que habría hecho mal para recibir tremendo castigo. Todo esto había sucedido antes de irnos a buscar a la quinta.
Mamá nos pidió que nos acerquemos y que sostengamos a ella y a la beba. Dijo que tenía que decirnos algo importante. Nos contó que los doctores estaban testeando a la beba porque estaban preocupados, creían que Mariana estaba enferma. Decían que tenía signos que no son normales en una beba y que el test iba a demorar unos días. Mientras tanto nos pidió que mantuviésemos la esperanza y nos reafirmó que aún si Mariana estaba enferma, si la amábamos y nos concentramos en hacerla feliz ella iba a estar bien y todos íbamos a estar bien. Mamá nos dijo que papá no estaba en condiciones de hablarnos porque se sentía sobrepasado por todo esto. Nos propuso que tratemos de entenderlo y si nos mantenemos unidas íbamos a fortalecernos y lo íbamos a ayudar a recuperarse del shock.
Había tensión en el aire, podríamos haber cargado una dínamo llena de energía de la adrenalina que corría por nuestros cuerpos invadiendo nuestros cerebros. La determinación de mamá era firme y tozuda. Estaba tomando el buey por las astas y nunca lo iba dejar escapar. Sentí que se hacía cargo y que crecía su fortaleza por segundo. Se puso en la posición de un entrenador y congregó al equipo y nos motivó con sus palabras para el desafío de nuestras vidas. Esa habitación blanca el 28 de febrero de 1980 nos fijó la mente y el espíritu para aceptar la voluntad de Dios y trabajar con él, con lo que él nos diese, para construir su Reino. Un Reino donde todos tenemos un papel protagónico, todos pertenecemos y todos tenemos derecho a ser amados y ser felices. Todos deberíamos ser bienvenidos al mundo y se nos debería dar la oportunidad de demostrar que nuestra vida tiene sentido y agrega valor a los demás calzando de manera adecuada. Y como nos enseñan y nos dan valor los niños con Down Síndrome! Son maestros de ternura y satisfacción. Una vez que ajustamos nuestras expectativas a lo que ellos pueden alcanzar, nos sorprendemos constantemente de lo fácil que es sentirse pleno.
Como un buen entrenador hace, nos marca el camino, nos pone en el humor adecuado, nos dan el primer impulso para avanzar y nos pone la meta para alcanzar nuestros objetivos. Para mí fue natural sostener a Mariana con firmeza y llevarla a donde yo fuese. Ella es mi hermana, pertenece a mi familia y tiene los mismos derechos que yo. Se la presenté a mis amigas y tomé esta responsabilidad con entusiasmo y mucha esperanza. Sentí que era un gran desafío y me emocioné de estar involucrada. Mi primer confidente fue José. Lo llamé y me senté con él para compartir mis novedades. Fue un gran apoyo para mí y sentí que podía contar con él, me respaldó desde el principio. José con sus manos generosas y su sonrisa amplia, su naturaleza amable y sus hombros fuertes podría ayudar, yo podía confiar en él, lo percibía dentro de mis huesos. Compartir esta experiencia nos unió aún más. Siempre me dirijo a él buscando coraje y refugio de todo lo que amenaza allá afuera en el mundo.
Mis amigas fueron espectaculares desde el principio. Todas tomaron turnos para sostener a la beba y la disfrutaban sin ningún perjuicio. Yo sentía que éramos parte de un movimiento de cambio. Las personas con todo tipo de problemas y desafíos eran invitadas a que saliesen de sus closets. La generación anterior era la que estaba atada a las apariencias, que mantenía las buenas formas y sólo mostraba al público lo que era aceptable, el deber ser. Pero había una deficiencia en autenticidad. Había un rostro que mostrar pero también había una verdad escondida que la vergüenza no permitía traer a la luz. Sólo se hacía lo que otros admitían convencionalmente legal o esperado. ¡Hemos recorrido un gran camino desde estos tiempos!
En las artes cosas desagradables empezaron a mostrarse. Hubo una gran búsqueda de la verdad y la autenticidad. El verdadero artista, el sensible, no puede ocultar lo que duele, va a poner la luz en los rincones oscuros donde las familias esconden lo que no les agrada. En el lado oscuro del closet, enterrado en lo hondo del sótano o pudriéndose en el ático allá arriba. Lleva mucho coraje mostrar la cara verdadera, nuestras debilidades, desembalar nuestros sentimientos y reconocer nuestra necesidad de aceptación. Todos queremos ser partes del grupo, queremos pertenecer y calzar justo. Buscamos que nos reconozcan y terminamos tratando de que nos admiren en vez de que nos amen. En nuestro esfuerzo por pertenecer hacemos alharaca de nuestras habilidades, las fortalezas, nuestras buenas obras, como el pavo real, y tendemos a: “¡esconder nuestros defectos hasta después de la boda!” como decía la madrastra a sus hijas en el cuento de Cenicienta.
Estos pequeños no tienen ninguna oportunidad, no pueden ocultar que son distintos. Son más bajos de estatura, su cuello es más ancho y su cabeza está achatada por detrás. Podés reconocer el síndrome de Down incluso de espaldas. Son regordetes y sus orejas se despegan como los monos. Sus ojos son rasgados de una manera diferente a los asiáticos, te podés dar cuenta cuando un chino tiene Down. Su tonicidad muscular es pobre y su lengua se descuelga sin vergüenza de la boca. Solo piden que los amen y ellos aman de vuelta a lo loco. Piden a los gritos, ámame sin miramientos, ámame a pesar de mis defectos.
Esta es la verdadera manera de encajar en el puzle, mostrando tal cual lo que uno es, no pavoneándose para impresionar. El que busca admiración tiende a quedarse sólo, si tenés de todo, no necesitás nada. El que muestra sus debilidades puede ser completado por el otro y encaja bien en su lugar. Debemos aprender de los chicos con síndrome de Down a que nos amen a pesar de nuestros defectos en vez de buscar que nos admiren solo por nuestras bondades.
Los exámenes del laboratorio llevaron medio mes. Los médicos genetistas se sentaron con mis padres para confirmarles que Mariana tenía un caso especial de anomalía. La triso mía 21 podía generarse como un accidente en la primer mutación o más adelante. En el caso de Mariana, había sucedido más adelante, por eso se llama mosaico (por mucho tiempo dudé si no era azulejo). Esto significa que parte de su organismo es normal y no está afectado. Este diagnóstico nos llenó de esperanza de un panorama más prometedor. Ella no tenía problemas cardíacos, que son frecuentes con el síndrome de Down y había posibilidad de que tuviese un coeficiente más elevado. Por esta razón probablemente el diagnóstico clínico había sido tan dudoso desde el principio.
Mis padres investigaron por todos lados para informarse. Viajaron a USA y España buscando información. Les llevó unos meses darse cuenta que la discapacidad no era un castigo sino una bendición que le iba a dar a toda la familia la posibilidad de crecer en humanidad. Nos dimos cuenta que la felicidad para Mariana tenía otros estándares que para el resto, era más fácil de alcanzar. Verla alcanzar sus objetivos con todo el esfuerzo que requería y todo el apoyo que recibía de los demás daba gran satisfacción. Hizo que todos nos involucremos en el proceso. Mi hermana Inés se conmovió tanto que terminó estudiando Terapia Física. Desarrolló la capacidad de ayudar a otros niños con necesidades especiales. Como hermanas de una niña discapacitada aprendimos a relacionarnos con la realidad de este desafío y desarrollamos una estrategia para lidiar con ello. Perdimos el miedo y pudimos enseñar a otros, ensanchándose y alisándose el camino a otras familias. Descubrimos cómo hacerlo y compartimos nuestro conocimiento generosamente sabiendo que hay una gran necesidad allá afuera y nuestra ayuda es muy valorada.
La decisión de la profesión de Inés estuvo totalmente influenciada por el nacimiento de Mariana. Ella tenía un importante llamado a curar, que se podía traducir en medicina, instrumentista, enfermera, pero gracias al nacimiento de Mariana  y por haber participado activamente en su rehabilitación la inclinaron a hacer esto. Acompañar a estas pequeñas personas y a sus familias, mejorar sus condiciones de vida y aliviarles el paso por la vida. Tenía la gran ventaja de poder ver desde el otro lado del mostrador. Sabía lo que significaba vivir en la casa con un discapacitado. Se especializó en parálisis cerebral. Le interesaba como se bañaba a un bebé con necesidades especiales, como cargarlos, ella podía trabajar con los doctores y los profesores.
Inés les ofrecía a las madres sentarse en la colchoneta a su lado la mayor cantidad de veces posible para darse cuenta qué era lo que les entorpece el manejo y cómo desarrollar juntas una solución o una estrategia. No quiso ser la terapista que imponía los ejercicios como si fuese en un gimnasio pero vio la posibilidad de ayudar en el manejo diario del niño y bailaba junto a la madre y el paciente para superar los obstáculos.
Inés estaba tan movilizada por la discapacidad de Mariana que estaba lista para protegerla de la mirada frívola de este mundo.
Pero al mismo tiempo le daba vergüenza que Mariana sacase la lengua en frente de sus amigas. Sufría y se sentía culpable de avergonzarse porque era, al fin y al cabo, su querida hermana.
Inés se preguntaba constantemente con rebeldía: “¿Quién dice que Mariana no es normal? ¿Quién tiene el parámetro de normal? ¿Porque ella es diferente y nosotras no lo somos? ¿No somos nosotros anormales? ¡Tantas veces discriminamos y nos sentimos superiores! Mariana siempre como un ángel y nosotros ¡como bestias! ¿Quién es normal acá, quién es más humana?” Se preguntaba y se revelaba.
Si alguien la criticaba o la empujaba, Inés saltaba, como un león a la defensa. Mientras que en la diaria la empujamos para que se apure, porque el mundo se maneja en este ritmo ridículamente apurado. Ellos son tanto más sabios caminando cabizbajos a su ritmo pausado, de manera pacífica y acompasada.
Sumergidos en el mundo de la discapacidad uno valora la vida desde otra perspectiva. Podemos disfrutar cada logro por más pequeño que sea de nuestros niños y pacientes con gran regocijo. Es difícil entender que las personas se enredan en problemas que son de tan poca importancia y queden enterrados en frivolidades en vez de estar agradecidos por todo lo que pueden disfrutar comparado con las tragedias que abundan.
La discapacidad te hace compañero del que sufre, nos cobija en el dolor y nos empareja en el peregrinar diario.
Inés experimentó como el curar y sanar a otros la dejaba complacida y satisfecha. Se sintió útil. Por lo general antes de atender a un paciente se encomendaba al Señor, y le rogaba que use sus manos para aliviar el dolor y sanar el alma. Soñaba que algún día por gracia divina iba a poder con sus manos aliviar la espasticidad y liberar al niño que sufría del dolor. 
El dolor te transforma y te hace crecer, te ayuda a entender a la otra persona, te lleva a sentir profundamente y te invita a adoptar a la otra persona como hermano en el sufrimiento. Ella cree con firmeza que estamos llamados a usar nuestras manos para ayudar y tratar de hacer más liviano el yugo del camino. Inés cree que Dios nos envía estas “oportunidades” para crecer en nuestro corazón en humildad, para reconocer que no podemos hacer todo solo. Necesitamos de la ayuda de Dios y del apoyo de nuestros hermanos y hermanas. De esta manera nos muestra cómo acompañar, como regocijarnos con las cosas más sencillas de la vida: el niño aprendió a comer solo, empezó a dar sus primeros pasos, puede seguir un objeto y sonreír. Bajando nuestras expectativas aumentamos la posibilidad de satisfacción. La vida se torna gloriosa porque dónde había dolor ahora hay gran alegría por los avances. La discapacidad y lo que nos causa sufrimiento y dolor, van de la mano con la apreciación de la vida, la hace más sencilla y re descubre el valor del amor y el cariño que nos rodea.
Había en casa un tema con la lengua de Mariana, como menciona Inés, no se ve agradable tener la lengua colgando de la boca. Siempre hay un aspecto de la discapacidad que nos desagrada más. Es más difícil aceptar y darle la bienvenida. Donde ponemos nuestro foco y nos peleamos con rebeldía.
Mi abuelo, Lelo, escondía su rechazo jugando con ella, la imitaba tal vez con la ilusión de que aprenda a guardar su lengua. Mamá descubrió su estrategia y lo desenmascaró. En su lugar le mostró cómo ejercitar la musculatura alrededor de la boca para fortalecerla.
Mariana empezó su estimulación muy temprano, tendría dos o tres meses, no mucho más que eso. Mamá trajo a casa la guía de ejercicios que le sugerían. Entre todos la hicimos trabajar a Mariana tan duro que después tuvimos que hacer un plan correctivo porque estaba sobre estimulada. Cuando veo ahora padres y familiares que sobre reacciona me pregunto si esto no es parte del proceso de aceptación, tratar con tanta insistencia de alcanzar a los otros es, de alguna manera, decir que no lo quiero ver retrasado. Pero hay una fina línea para observar.
¿Cómo se puede ejercitar el amor incondicional y empujar la estimulación al mismo tiempo? Si tu amor es realmente incondicional, debería haber un proceso de aceptación, algo que dice: “está bien ser más lento y tomarse un tiempo extra para alcanzar tus objetivos.” Si el proceso de aceptación es real, debería existir una manera relajada de estimular, sin tanta ansiedad. Abrazar la voluntad de Dios es confirmar que El ha hecho todo bien. Cuando Dios eligió atar al mundo a las leyes de la naturaleza y dejar el orden abierto a la libertad del hombre, lo dejó proclive a la catástrofe. La naturaleza se ajusta por distintas variables y para alcanzar el equilibrio nos expone periódicamente a tormentas. Los humanos, frecuentemente tomamos malas decisiones. Todo el sufrimiento que esta falta de balance provoca nos hace crecer en fortaleza. Nos da la oportunidad de abrazar la voluntad de Dios y aceptar sus designios, oportunidad para abandonarnos con confianza. Una confianza que dice: “yo sé que sos sabio y poderoso y todo lo que permitas es bueno para mí. Yo sé que estás a mi lado y nada va a ser malo en tu compañía.”
Muchas veces me han mencionado que debemos ser una familia especial porque Dios nos ha confiado una niña especial. Yo creo que es al revés. Creo que la vida es surtida. En el juego de la vida, a veces nos exponemos a desafíos. En este tiempo fuerte cuando nos tenemos que probar a nosotros mismos, Dios se acerca y se para a nuestro lado. Siempre procede como un padre amoroso, nos fortalece y  nos ayuda a saltar los obstáculos. El sufrimiento es el proceso que lleva a que todo lo demás se disuelva de nuestra consideración y solo la persona que sufre o esa situación concentra toda nuestra atención. En este momento difícil e intenso aprendemos a ajustar lo que está fuera de equilibrio en nuestra vida, poniendo todo en perspectiva, ordenamos nuestros valores y redescubrimos lo que es realmente importante.
El papa Francisco nos invita a acercarnos al pobre y tocarlo, porque es en este punto de encuentro que nuestro corazón se ensancha para recibir al otro. Ir al encuentro del más necesitado como Jesús hizo, mirándolo y tocándolo para realizar la transformación. Si no lo tocamos, no llegamos al encuentro. No nos involucramos. Tenemos que construir la cultura del encuentro.
Por todo esto creo que todos somos humanos y limitados. En el camino de nuestra vida, gracias a la experiencia de saltar sobre los obstáculos que se nos presentan, crecemos en fortaleza, igual que en cualquier entrenamiento.
Tenemos en cada oportunidad la posibilidad de abrazar el desafío y confrontarlo o de dar media vuelta y seguir por otro camino. Cada vez que esquivamos el obstáculo dejamos que crezcan nuestros temores y que ganen la batalla. Permanecemos temerosos, subdesarrollados. Dios quiere que tengamos confianza en él, el Todopoderoso. ÉL nos creó, tiene el poder de terminar su obra en nosotros. Si nos apoyamos en Él, él proveerá lo necesario para que hagamos el bien y nos realicemos plenamente.
Cuando se cruza nuestro camino con el camino de las dificultades descubrimos nuestras limitaciones, si le permitimos a Dios que nos acompañe, ese lugar se consagra.


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