¡Oh noche, que guiaste;
Oh noche más amable que el alborada;
Oh noche que juntaste Amado con amada,
Amada, con el Amado transformada!
“Noche
Oscura del Alma”
San Juan de la Cruz
Pude
contar nueve contracciones entre las ocho y las nueve de la noche, estaba en
trabajo franco de parto. El médico de obstetricia alertó a todo el equipo para que
estuviese en tiempo y forma y ordenó a la enfermera que me inyectase la droga
intravenosa para detener las contracciones. Caro le envió un mensaje a José
para que vuelva sin demoras. José llegó al mismo tiempo que la enfermera. En
ese momento yo ya estaba transpirando un sudor frío. No le tenía miedo a
sufrir. No era inexperta en este trance después de seis partos. Mi miedo era
que en un sábado de noche no llegásemos a poner en práctica la estrategia de
exit que nos habían sugerido. La enfermera se ponía cada vez más nerviosa
porque no podía encontrar mis venas, estarían colapsadas por el estrés. Intentó
ponerme la vía en un brazo y después en el otro, en una mano y después en la
otra, el tiempo volaba sin poder ponerle freno a las contracciones. Yo ya me la
veía venir, que si no las detenían, iba a terminar expulsando a la bebita en
ese mismo cuarto, como lo había hecho con Juanjo apenas dos años antes. Este
primer obstáculo fue superado gracias al experimentado cuerpo médico. ¡Que gran
profesión la de los médicos! ¡Cuántos dones puestos al servicio de los demás!
En el
quirófano me durmieron, Rolo, mi cuñado que es cirujano estaba ahí, gracias a
Dios. Me dormí en paz, contaba con un aliado que me respaldaba, mi último deseo
fue que bautizase a la bebita si corría riesgo su vida.
Me pareció
que había pasado sólo un instante cuando desperté, pero sentí que volvía del
más allá. Iban a llevar a la beba a la unidad de neonatología pero yo quise
verla antes de que se la llevasen.
Estaba
borracha por la anestesia pero me moría de intriga. Quería saber si mi hija
tenía sólo uno o dos temas que le iban a afectar toda su existencia. La vi rosada
y calentita con el tumor grande y brillante que salía de su boca y los ojos
rasgados. Me alivié al comprobar que no era el monstruo que yo temía, en verdad,
se veía preciosa. Mi primera palabra dirigida a ella fue: “es brillante”. Mi primera
pregunta en medio de la borrachera: “¿Le tuvieron que hacer la
traqueotomía?” Rolo me contestó en tono
afectuoso y tranquilizador: “No, no hizo falta.” Entonces tomé coraje y
pregunté: “¿Tiene síndrome de Down?” Rolo me confirmó
con un escueto: “Sí” y
me volví a dormir.
Cuando
finalmente me desperté no estaba segura si había soñado o si había confirmado
realmente la temida pregunta. Mi optimismo me había posicionado en el panorama
de que si mi hija tenía algo tan extraordinario como el épulis, no iba a tener
también otra discapacidad además, no tendría nada más. Una malformación
alcanzaba, especialmente en una familia que ya tenía una hija discapacitada.
Pero mi querida Palita tenía ambos, el épulis y el síndrome de Down.
Regresé a
mi habitación privada pasada la medianoche. Me ofrecieron un calmante de rescate
y tratando de ser valiente lo rechacé. Como me había ahorrado el dolor del
parto, quería ofrecer mi dolor con la intención de que aprendiese a amar a esta
bebita de todas maneras. Fue una noche oscura. Mi cuerpo estaba resentido, las
venas colapsadas no dejaban fluir el suero por mi organismo. Tenía mucho
miedo.
No sabía cómo
iba a lograr mantener el equilibrio en mi familia con dos hijas discapacitadas
que requerían tanta atención.
Mi primer
impulso fue positivo y optimista, me propuse cargar a Palita como si fuese una
mochila y andar por la vida como si nada hubiese pasado. Si a mi no me afectaba
entonces nadie se iba a percatar. Pero Palita me enseñó a ver la parte oscura,
me hizo ver lo que duele.
Me daba vergüenza
salir con Tessie y comprobar todo lo que no habíamos logrado aún. Me dolía que
Tessie no tuviese amigas con quién jugar, que no tenga pares. Después de todo
el tiempo y esfuerzo que habíamos invertido aún no se desenvolvía con
autonomía. Comprobé que la había consentido, la malcrié y eso no la ayudaba. Me
di cuenta que estaba cansada de contener sus berrinches y frustraciones, me
había pasado una vida contemplándola, tratando de calmar sus ansiedades y compensar
sus deficiencias.
Entonces
temí por Juanjo.
No sólo se
nos arruinaba el plan de que Juanjo jugase con un hermano sino que se esfumaba
la posibilidad de disfrutarlo como lo habíamos hecho hasta ese momento y temí
que todo terminase en una desgracia.
Todo el
estrés de esa noche se me concentró en la figura de Juanjo. Tenía miedo de perderme
la oportunidad de enseñarle de todo un poco, sabiendo que estaba preparado para
aprender sin mucho esfuerzo. Juanjo estaba bajo el cuidado de Mía en casa de
mis padres. La pileta ahí no tiene cerco y me aterró pensar que podía ahogarse.
Mi pánico se fundaba en que si perdía a mi hijo me volvería loca.
Fue la vez
en mi vida que había alcanzado el límite de mi capacidad emocional. No pude
relajarme hasta que le escribí a Aline un mensaje. Ella era la que estaba más
cerca de las tres mayores que faltaban. Lo desperté a José a las tres de la
madrugada y le pedí que me alcance el teléfono. Le escribí: “Negri, por favor,
volvé en cuanto puedas. Tengo miedo por Juanjo y yo no soy tan valiente.” José
me frenó y me hizo esperar a las ocho de la mañana para mandar el mensaje.
Aline contestó al tiro: “No te preocupes, ya me pongo en camino.”
José había
anunciado a toda la familia, mientras nos dirigíamos al hospital, y le había
pedido que rezasen. Sólo Dama recibió la noticia después de que la beba nació.
En Córdoba, Pinamar, en la Patagonia y hasta en Brasil había gente rezando por
Palita y por nosotros. Los caminos de Dios son insondables, San Pablo estaba
intercediendo por nosotros y respondiendo nuestro pedido. En todas partes la
gente rezaba y se acercaba a Jesús, no con el don de lengua como predecimos,
pero de una manera más eficaz.
¿Saben que
fiesta se celebra el 25 de enero?
¡La
conversión de San Pablo! Saulo era un judío que perseguía a los cristianos pero
mordió el polvo en la ruta a Damasco y quedo cegado por el reflejo fulminante
de la Luz Divina. Ese día el tuvo una experiencia extraordinaria donde Cristo
se le reveló como la cabeza y entendió que nosotros, los cristianos, somos
parte de su cuerpo místico. Cuando Jesús le preguntó: “¿Por qué me persigues?”
Pablo comprendió que Jesús fue el hombre que vivió y murió en la historia pero
que Cristo y todos los Cristianos formamos un solo cuerpo. La cabeza ya
padeció, murió y está glorificada, pero el resto de su cuerpo, cada uno de
nosotros, tenemos que padecer y morir para llegar a contemplar la redención que
nos fue prometida.
En la
víspera de su conversión, nació Palita, y Jesús la estaba usando para
revelarnos su plan. Cuando un miembro sufre, todo el cuerpo sufre con él. Todos
estamos estrechamente interconectados y por causa del dolor se descubre la belleza del
gesto amoroso que nace como respuesta.
Tuvimos la
oportunidad de experimentar de primera mano, como tantas personas desarrollaban
la virtud de la magnanimidad y agrandaban su corazón con compasión al
encontrarnos en problemas. Pudimos apreciar el afecto de tantos amigos que nos
consolaban y se acercaban de mil maneras para darnos una mano y caminar a
nuestro lado en la parte más empinada del camino. Si nosotros estábamos con la
llaga abierta sus gestos fueron el plasma necesario para sanar la herida.
Inés, mi
hermana, en cuanto se enteró volvió desde Mar del Plata volando, dice que no le
daban las patas, para estar al pie de mi cama y a nuestro lado. Nos ayudó con
mil cosas prácticas, pequeñas decisiones, todos los detalles que tenían que ser
atendidos.
Mis padres
me abrazaron y me entendieron mejor que ningún otro. Papá predijo que todo lo
que en este momento yo veía como un drama pronto se transformaría en una
bendición. Mamá se lastimó la rodilla, cuando recibió el llamado de José.
Mientras salía de un restaurante, en medio de la oscuridad de la noche, con un
anuncio tan inesperado, se conmovió, se tropezó y se golpeó la rodilla contra
un escalón de piedra dejándola toda magullada.
Teté, mi
hermana mayor, llegó para abrazarme y
repetirme una y otra vez: “Te quiero” y sus palabras sanaron mi alma con su
afecto.
Mariana, ¡hay, Dios mío! ¡Gracias por Mariana! Gracias por revelar estas cosas a
los más pequeños y ocultarlas a los sabios. Mariana estaba exultante de alegría
de tener una sobrina igual que ella. ¿Qué hubiese sido de nuestra familia sin
Mariana? ¡Cuánto nos ha enseñado esta pequeña hermana mía! Llegó al hospital a
acunar a la beba diciendo: “Las dos síndromes, ¡somos igualitas!”
Podría
seguir y seguir… Podría contarles como no dejé a Mía dormir la segunda noche
porque temblaba de frío, mi cuerpo no podía regular la temperatura, todo
estresado y conmovido. La tercera noche pedí que me drogasen para ayudarme a
dormir porque tenía miedo que si no dormía por tercera noche consecutiva iba a
empezar a desatinar. Pude entender el sufrimiento de los que no pueden
conciliar el sueño, los que transitan una depresión. El estado de fragilidad
que alcanzan, la vulnerabilidad a la que son sometidos.
Fue Juanjo
quien bautizó a Paula como Palita, Dios la usó como su instrumento. Me gusta
llamarla Palita porque estoy convencida que es un instrumento de Dios que usa
para ablandar nuestros corazones.
Al
principio me preocupaba como la iba a mirar la gente cuando saliese con ella a
la calle. De lo que iban a pensar o decir. Como la iban a considerar. Estamos
bajo el mandato de la paternidad responsable y yo en estas circunstancias me
sentía irresponsable por traer un séptimo hijo al mundo arriesgando el
equilibrio de toda mi familia. Una vez me dijeron que la madre es como el palo
mayor de la tienda del circo. Su función es mantener toda la estructura bien
tensa y conforme para que se mantenga la carpa bien erguido. Yo me sentía
tironeada en distintas direcciones. Desafiada al tope de mi capacidad. Me di
cuenta que este iba a ser el año más difícil de toda mi vida.
La llegada
de Palita me hizo ver todo el retraso que tenia Tessie en su desarrollo y lo
difícil que es lidiar con ella. Cuando uno recibe el diagnóstico del síndrome
de Down es como una sentencia de muerte al hijo perfecto que soñaba. Uno tiene
que abandonar las ambiciones y ajustar las expectativas a la realidad de sus
posibilidades. Uno se desploma y tiene que transitar un duelo. Duele la
renuncia y a mí no me queda otra que de admitirlo.
Creo que
mi duelo fue doble, el impacto me llevó a afrontar la discapacidad de Tessie
también. Como su diagnóstico se fue dando con el tiempo y de a poco, no todo
junto al nacer, los problemas se fueron desplegando y nosotros nos fuimos
ajustando en la medida que podíamos a lo que se presentaba. No había tenido la
oportunidad hasta ese momento de acomodar mis expectativas y terminar de
realizar un proceso de aceptación. No sabía que podía esperar de ella tampoco.
No tenía una frontera y un pronóstico tan claro. Había estado arrastrando mis
pies durante todo el camino. Algo tenía que cambiar. Estábamos en
crisis. Teníamos que descubrir una salida
con la ayuda de Dios. Lo necesitábamos a El, su gracia y su consuelo.
Necesitábamos su fortaleza y su consejo.
Lo que más
me sorprendió fue el dolor. Nunca me imagine que iba a sufrir tanto. El duelo
fue duro. Me tomó desprevenida, teniendo a Mariana, tan querida y apreciada, a
quien había aceptado con ligereza, de quien estaba tan orgullosa. No me imaginé
que el mismo diagnóstico me podía hacer sentir tan mal. Solo podía ver en
Palita el síndrome de Down. Trataba con insistencia de reconocer los rasgos
familiares para identificarme con ella pero sólo podía ver el desperfecto
técnico. Sus orejitas salidas me avergonzaban.
Me
llevó tres meses deshacerme de toda la
tristeza y el dolor que tenía embargada mi alma. Pasé por una serie de estados:
la vergüenza, la culpa, el desapego, la autocompasión, el miedo al desafío, el
reconocer la fuerte demanda que dos hijas con necesidades especiales impondrían
en la familia y en mi propia vida.
Hoy en día
miro a mis hijas y me pregunto cuándo se realizó la transformación. Como una
vid que va creciendo lentamente pegoteada a mi corazón, el amor por Palita se fue
desarrollo y tapó toda la erosión inicial. Creo que esa misma erosión ablandó
mi corazón haciendo posible que la vid se adhiera y lo envuelva todo
amorosamente.
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